Lejos, la tierra donde caminas,
el cielo que miras.
Viajante mis sueños,
caminan iluminado por las estrellas.
Ven,
te invito pasar unas tardes en el campo,
donde el viento sopla acariciando
las hojas de los eucaliptos,
donde el viento esparce las hojas
por el cielo.
Ven,
quizá el viento nos lleve juntos,
tal vez a las montañas más altas,
allá donde están las nubes.
Ven,
aquí hay notas de quena,
de charango, danzaremos juntos.
Ven,
te regalaré una flor con pétalos blancos
y en las mañanas escucharemos
como una zorzal canta en los trigales
y mientras cae la lluvia, digo si cae,
nos sentaremos junto a las retamas
y contemplaremos como la lluvia
moja a las palomas.
Yo sé que no estás aquí; pero,
sé que también que estás aquí.
Por eso, te invito a pasar
unas tardes junto a mí.
Blanca luz, un clavel, el ocaso, tú y yo.
Quien iba prever ese día,
ese día en que ambos
nos arrojamos uno al otro,
pretendiendo ser todo, pretendiendo ser uno.
En cada beso un asombro,
en cada segundo
anhelamos sólo estar desnudos.
Fue lindo saber que tú estabas a mi lado,
y me sentí vivo.
Mi madre es de los campos verdes,
de quebradas y ríos profundos
donde habitan la gente sencilla.
Mi madre es de las que trabaja
desde la alborada hasta el ocaso
en el ayni y la minka.
Mi madre es de las que prepara la chicha,
para la jornada campesina.
Mi madre es de las que pone semillas
tras el arado, cantando
cantos de siembra.
Mi madre es de las que ama las flores,
la que planta claveles y margaritas en su huerta.
Mi madre es la que me trajo
al mundo por amor a la vida
y me crió con las bondades de mi tierra.
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